Reseña «Nuestra Señora de París» de Victor Hugo

Nuestra Señora de París es el primer clásico con enjundia que leo en mucho tiempo. No estoy segura, pero diría que el último gran clásico que leí fue Crimen y castigo y me pareció tan extraordinario que me dejó resaca literaria de clásicos, como se llama ahora, y desde entonces no me sentía capaz ni con ganas de coger un buen libro clásico porque se me hacía muy difícil encontrar uno que pudiese estar a la altura de la obra maestra de Dostoievski. Finalmente me decidí por este de Victor Hugo, que llevaba bastante tiempo en mis estanterías. No ha sido para nada lo que esperaba y, en buena medida, ha sido una decepción, pero ahora me vuelvo a sentir con fuerzas para seguir leyendo clásicos.

La trama principal de este libro es sobradamente conocida por todos gracias a la adaptación cinematográfica que hizo Disney en 1996. Trata sobre el campanero de la catedral de Notre Dame de París, Quasimodo, hombre deforme que es marginado por todos en la sociedad y que el único cariño que ha recibido en su vida es el del arcediano de la catedral, Claudio Frollo, quien se ocupó de cuidarlo y custodiarlo tras los muros del templo cuando nadie lo quería. Un buen día, aparece en la ciudad la gitana Esmeralda y su presencia trastocará la tranquila existencia de Quasimodo y, sobre todo, la de Frollo.

Victor Hugo publicó Nuestra Señora de París originalmente en 1831, en pleno auge del movimiento romántico, y eso se nota en varios aspectos. En primer lugar, el gran tema central de la novela es el amor trágico y el destino fatal. De hecho, antes de comenzar la narración, el propio Hugo incluye una especie de nota en la que dice que escribió esta novela porque en uno de los muros de la catedral vio grabada la palabra griega “Anaikh”, que en español significa fatalidad, y esto le sirvió de inspiración para desarrollar toda la historia. En efecto, la fatalidad es el gran tema que recorre toda la novela: desde el enamoramiento arrebatado y pasional de Claudio Frollo por la joven Esmeralda hasta su fatal desenlace, pasando por la rebelión de Quasimodo frente a su eterno protector. El propio Claudio Frollo lo expresa a través de una metáfora en la que una mosca cae en una telaraña de la que le es imposible escapar.

Tú volabas en busca de la ciencia, de la luz y del sol, sin otro objeto que el de llegar al aire libre y a la gran luz de la verdad eterna; pero al lanzarte a la deslumbradora ventana que cae al otro mundo, al mundo de la verdad, de la inteligencia y de la ciencia, mosca ciega […], ¡no viste la sutil telaraña tendida por el destino entre la luz y tú, y caíste en ella, pobre loco, y ahora te rebelas en vano, con la cabeza rota y las alas arrancadas, entre los brazos férreos de la fatalidad!

Es también al final del libro cuando mejor se aprecia la culminación de este amor trágico y fatal que se va tejiendo sutilmente a lo largo de la novela. No comentaré nada al respecto por aquello de los spoilers, pero sin duda lo mejor de este libro es su final, trágico y romántico como pocos (con romántico me refiero al período del Romanticismo). Huelga decir que el final del libro no tiene nada que ver con el de la película de Disney, habría sido inviable para un público infantil.

Otro aspecto puramente romántico se encuentra en algunas descripciones y disertaciones que hace el autor sobre la valoración estética del Gótico. Al comienzo del libro, Hugo describe cómo era París a finales del siglo XV (momento histórico en el que se desarrolla la acción) y se detiene especialmente en la catedral. Nos habla de su fachada, de sus gárgolas, de sus chapiteles, de su galería de los reyes de Francia; lo hace alabando el estilo gótico por encima de todos los demás. Una de las características culturales del Romanticismo es que los artistas se alejan del modelo grecorromano que había sido el predominante hasta entonces y vuelven sus ojos a épocas históricas que habían sido despreciadas hasta ese momento, como era la Edad Media y el Gótico en particular. Por ello, Hugo aprovecha ciertas descripciones para dejar bien patente no solo su opinión personal sobre este estilo artístico tan denostado durante varios siglos, sino el sentir general de su época. Considero que este es un testimonio de primera mano valiosísimo.

Sin embargo, tengo que ponerle varias pegas al libro. De las obras clásicas que he leído, Nuestra Señora de París tiene los personajes peor construidos. A excepción de Frollo, que resulta el más interesante, los demás son bastante planos y en ocasiones contradictorios, porque a veces hacen cosas que el lector no entiende por qué las hacen. Pero, sin duda, el mayor inconveniente son las innumerables descripciones que hay. A mí en general es una cosa que no me importa y no me echa para atrás, pero en este libro hay demasiadas y muchas de ellas son totalmente innecesarias. Esto hace que el ritmo de lectura se ralentice muchísimo y se haga muy arduo seguir leyendo.

Uno de los muchos ejemplos de la dificultad que tiene seguir las diatribas del autor es el capítulo “Esto matará a aquello”, en el que plantea el miedo de Frollo a la imprenta. Lo que viene a decir es que la arquitectura, que hasta entonces era el espacio mayoritario para contar historias (portadas de iglesias y catedrales, capiteles y otros elementos decorados), será destronada por las historias de los libros, que ahora multiplican su producción gracias al recién estrenado invento de la imprenta. La idea que se plantea es muy interesante, pero creo que no aporta nada a la historia principal y rompe bastante con el ritmo de lectura. Aun así, no he podido evitar insertar aquí uno de los fragmentos del capítulo, que me parece especialmente hermoso y revelador.

Bajo la forma impresa, el pensamiento es más imperecedero que nunca, más espiritual, impalpable e indestructible, porque se mezcla con el aire. En los tiempos de la arquitectura, se hacía montaña y se apoderaba de un siglo y de un trozo de tierra; ahora se hace bandada de pájaros que se esparce por los cuatro vientos y ocupa a la vez todos los puntos del aire y del espacio. ¿Quién no comprende que de este modo el pensamiento es más indeleble? De inerte que era se ha convertido en vívido, pasando de la vigencia a la inmortalidad. Se puede derribar una mole, pero ¿cómo extirpar la ubicuidad?

¿Recomiendo este libro? Umm, depende. Si estás acostumbrado a leer clásicos y el tema te interesa, sí te lo recomiendo porque creo que se le puede sacar bastante jugo a muchos fragmentos y al conjunto de la novela en general. Si no eres muy de clásicos y no te gustan las descripciones gratuitas, definitivamente no te recomiendo leer este libro ni a Victor Hugo porque es bastante denso. Aun así, antes que Nuestra Señora de París, yo recomendaría Los miserables del mismo autor que, pese a ser más largo (y aunque también tiene algunas descripciones interminables), a mí no se me hizo tan pesado. Queda a gusto del consumidor. Eso sí, si decides leer alguno de ellos o ya los has leído, nos gustaría saber tu opinión, así que puedes dejarnos un comentario, estaremos encantadas de leerlo.

PUNTUACIÓN: 7/10

Sin títuloTítulo: Nuestra Señora de París

Autor: Victor Hugo

Editorial: Edaf

Año: 1968

Páginas: 487

3 comentarios en “Reseña «Nuestra Señora de París» de Victor Hugo

  1. Sul

    Me encantó tu reseña. Eventualmente leeré el libro, porque ahora da un poco de cosa no saber si se está preparada para algo así.
    En especial, me gustó que te refirieses la arquitectura como forma de contar una historia. No lo había pensado así.

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    1. sustherlibros

      ¡Hola, Sul! Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que es un libro bastante denso, así que yo recomiendo enfrentarse a él con muchas ganas. Eso sí, aunque la lectura se hace pesada a veces, al final todo merece la pena porque la historia es magnífica y da para muchas reflexiones.
      Lo que mencionas de la arquitectura es también una de las cosas que más me gustó a mí, creo que incluir este tipo de ideas es una muy buena manera de conocer cómo se pensaba en otras épocas sobre determinados aspectos de la vida.
      ¡Un saludo!

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